Entrar a un salón de
clase cada vez se vuelve una tarea más complicada, lo digo porque al
transcurrir las horas aumenta el olor… ¿el olor? Como es posible que
estudiantes entre 15 y 17 años no entiendan que al hacer ejercicio sudan, y más
en una temperatura tan elevada como la del barrio Picaleña.
Es
casi infernal el olor que en las aulas se encierra, mas de 12 jóvenes bañados
en el natural líquido que por lo general se convierte en una molestia para más
de uno, incluyendo por supuesto a los docentes.
Es
un problema casi diario, no importa el uniforme, la hora, el sol, ¡NADA! Para
ellos es tan simple como sacar el balón y salir a correr, llegar, secarse con
una camisa más sucia que la que llevan puesta, “vestirse” y sentarse a atender
clase mientras los demás nos aguantamos la pestilencia.
La considero una
actitud de muy mal gusto, una falta de respeto, recibir clase de esa forma da a
entender que no importa mucho el bienestar de los compañeros, además representa
prepotencia y cinismo, el cual vemos en la forma de reaccionar ante comentarios
de los compañeros frente al olor, que por obvias razones no pueden ser
positivos.
Soluciones para
eliminar esta problemática: ninguna. Esto va en contra de la “ética” de los
estudiantes, no jugar; los docentes lo único que pueden hacer es regañar y
hacer registros que por lo general son muy vanos. Quizás podría ser cínico el
comentario pero una jornada de “como asearse” podría ser esencial para algunos,
que después de “viejos”, no han entendido como hacerlo.
Dalila Andrea Henao.
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